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sábado, 27 de abril de 2013

Luces de Bohemia.



Parte I.


La historia que voy a contarles es real. Por favor, no intenten recrear los hechos en sus casas. Los protagonistas de mi relato son especialistas. Especialistas en infortunios de la más diversa naturaleza.





¿Alguien se ha parado a pensar alguna vez en las consecuencias que entraña el cambiar una bombilla fundida? Imagino que no. De hecho, yo tampoco había reparado en ello hasta el día de hoy.

Que se funda una luz es algo que sucede todos los días, en todas las casas, y en todas las habitaciones. Los pasos necesarios para solventar el problema han de ser los siguientes: Subirse a una escalera (opcional, dependiendo de la distancia respecto del suelo); desenroscar la bombilla; enroscar la nueva; encender la luz para comprobar que efectivamente funciona. Tiempo estimado: cinco minutos aproximadamente; balance de daños: ninguno. La mayor complicación que puede existir es que no tengan bombillas de repuesto. Pero en mi casa las cosas no son tan fáciles. En mi casa, cualquier reparación, por pequeña que sea, conlleva el riesgo de acabar gravemente herido e, incluso, morir.



Antes de continuar con los hechos, les tengo que contar cómo son los focos del baño, y cómo están colocados. Son blancos, redondos, y tienen una base cuadrada con dos pequeños agujeros – uno en cada lado – pensados para que se ajusten sendos tornillos, y de esta manera sujetarlos al techo. Hasta aquí todo normal; unos focos como otros cualquiera. Pero en estas lámparas existe la particularidad de que sólo hay un tornillo en cada una de ellas, con unas medidas desproporcionadas al tamaño requerido, que las sostienen en el aire de manera bastante precaria. Llegados a este punto les tengo que revelar una de las máximas de mi padre: “¿Para qué hacer dos agujeros, si con uno vale?”. Poniendo atención, además, el visitante podrá percibir que entre el techo y el flexo asoman un colorido trío de cables. Entramos de lleno ante otra teoría: “Esforzarse no sirve para nada”, doctrina que hunde sus raíces, como algunos de ustedes ya habrán adivinado, en la prestigiosa ética de Homer Simpson. La segunda particularidad de las lámparas es que aunque haya hablado en plural, sólo una alumbra. La otra está a modo de adorno.



Así estaban las cosas, cuando la única luz existente nos abandonó para siempre.



Como no podría ser de otra manera, no tenemos bombillas de repuesto: era necesario ir a la ferretería, tarea que desempeñó mi madre, llevando la antigua, a modo de muestra, para que le dieran una del mismo tamaño. Una vez en casa coloca la nueva bombilla y enciende la luz para comprobar que efectivamente funciona. Pero no es así. Nos han dado una demasiado grande y, lo más importante: la bombilla se ha quedado encajada. Ahora, comienzan las complicaciones.


Fin de la parte I.

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