Soy profesora de Historia en
un instituto. Como tantas otras tardes estaba sentada en mi café preferido corrigiendo
unos exámenes, cuando algo, no sé muy bien el qué, me hizo levantar la vista.
Si creyera en el destino, o en los ángeles, diría que fueron ellos los que
apartaron mi mirada de los papeles. Entonces, sentí cómo un rayo que nacía en
mi estómago electrificaba todo mi cuerpo. Allí estaba él, de pie, con ese aire
distraído tan suyo, esperando a ser atendido. Diez años habían pasado desde la
última vez que nos vimos. Su aspecto era algo diferente, pero aún tenía la
capacidad de parar todo mi mundo con su sola presencia.
Nos conocimos en la universidad.
Congeniamos rápidamente; rápidamente me enamoré de él. No era un hombre
especialmente guapo, aunque sí muy atractivo. Fue su arrolladora personalidad lo que hacía que no pudiera separarme de su lado. Tenía los ojos azules como el
mar; y como el mar fue nuestra relación: primero nos dejamos llevar, luego tratamos
de nadar a contracorriente, y las olas que en un principio nos mecían,
terminaron por ahogarnos. El agua salada no desapareció de mi interior hasta
mucho tiempo después. Nos quisimos en un momento en el que no podíamos hacerlo,
y pronto nos vimos empujados a terminar con todo.
Se sentó en una mesa cercana a
la mía. Sabía que esta era la última oportunidad que tendría para pedirle
disculpas, unas disculpas que, seguramente, llevaba diez años esperando. Él
también me debía alguna explicación. Cuando se tiene una historia pendiente con
una persona ha de cerrarse porque los capítulos de los libros no se pueden
dejar sin terminar.
Hola, Raúl – le dije. – No
digas nada, déjame primero hablar a mí porque si me cortas nunca podré terminar
lo que te quiero decir. Sé que ha pasado mucho, mucho tiempo, y aún así no he
podido olvidarte ni un poco. Y bien sabe Dios que lo he intentado. Lo que
vivimos fue muy fuerte y nos cambió a los dos. No era fácil la situación en la
que estábamos, y no supimos (o no quisimos aprender) cómo llevarla. Siempre
guardarás un lugar especial en mi corazón. Siento haberte hecho el daño que te
hice; siento haberte dicho todas las cosas tan horribles que te dije, porque ni
por un momento, escúchame bien, ni por un momento, las pensaba. Durante años he
estado arrepintiéndome día tras días de aquella conversación, porque si hubiese
actuado de otra manera, si hubiese sido más calmada, con toda probabilidad
ahora estaríamos juntos. Yo era una niña... tú lo parecías. Tampoco me
pusiste las cosas muy fáciles. No, no me mires así, porque sabes que estoy en
lo cierto. Siempre tuviste miedo, miedo de que se descubriera toda la verdad. Y
con miedo no se puede vivir. Con miedo no se puede sentir más que miedo. Ha pasado mucho tiempo, repito, y con esto que te estoy contando no pretendo
nada, simplemente cerrar un ciclo en nuestras vidas, cortar el único hilo que
nos tenía unidos. Estoy casada y tengo una cría. Supongo que tú también estarás
en una situación parecida. Pero quería decirte que si existe otra vida, y en
esa otra vida nos volvemos a encontrar, ten por seguro que no dejaré que
cometamos los mismos errores. Ahora, si tienes algo que decirme, ya puedes
hacerlo.
Me miró con una mezcla de confusión y sorpresa, y poniendo su mano sobre la mía, me dijo: Lo que me has dicho probablemente sea una de las cosas más bonitas que una persona le puede decir a otra persona pero, lo siento mucho, no recuerdo quién eres.
Un genio en potencia!!! Me encantaría ver un libro con miles de relatos como este.
ResponderEliminarEste relato me gusta mucho!, está muy bien escrito
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