Libro 2. La siega
5. Obreros y patronos
(...)
- Veamos, ¿de qué es de lo que te quejas? - preguntó el señor Bounderby.
- No he venido aquí, señor - le recordó Stephen-, para quejarme. He venido porque se ha mandado a alguien a buscarme.
- ¿De qué es -repitió el señor Bounderby, cruzándose de brazos - de lo que os quejáis, tú y los tuyos, de manera general?
Stephen se quedó mirándolo, un tanto irresoluto por un momento, y luego pareció tomar una decisión.
- Nunca se me ha dado bien explicarlo, aunque lo sienta, como todos, en la parte que me toca. Desde luego no se puede decir que no tengamos dificultades. Basta con mirar a esta ciudad, con todo lo rica que es, y ver la cantidad de gente que se ha reunido aquí, para tejer, para cardar, y para ganarse la vida, todos más o menos de la misma manera, desde la cuna hasta el cementerio. Mire cómo vivimos, y dónde vivimos, cuántos somos, y cuáles son nuestras posibilidades y cómo nuestra vida es siempre la misma; vea cómo las fábricas están siempre funcionando, y cómo nunca nos acercan a ninguna meta futura, excepto, claro está, a la muerte. Fíjese en cómo se nos trata, y se escribe sobre nosotros, y se habla de nosotros, y van ustedes con sus comisiones a las secretarías de Estado para tratar sobre nosotros, y cómo siempre están ustedes en lo cierto, y nosotros siempre equivocados, y cómo nunca hemos tenido razón en nada desde que nacimos. Vea cómo todo esto aumenta siempre, se hace cada vez más grande, cada vez más fuerte y más duro, año a año, generación tras generación. ¿Cómo es posible que alguien lo mire de cerca y pueda decirle en justicia a un trabajador que todo eso no es un desastre?
(...)
Porque tu piel y la mía están tejidas con el mismo hilo. Porque ya no necesitarás gritar nunca más. Porque fuiste comprendido, y porque yo fui comprendida. En recuerdo a Charles Dickens y sus tiempos difíciles... y los nuestros.
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