Parte I.
La historia que voy a contarles es real. Por favor, no intenten recrear los
hechos en sus casas. Los protagonistas de mi relato son especialistas.
Especialistas en infortunios de la más diversa naturaleza.
¿Alguien se ha parado a pensar alguna vez en las consecuencias que entraña el cambiar una bombilla fundida? Imagino que no. De hecho, yo
tampoco había reparado en ello hasta el día de hoy.
Que se funda una luz es algo que sucede todos los días, en todas las casas,
y en todas las habitaciones. Los pasos necesarios para solventar el problema han
de ser los siguientes: Subirse a una escalera (opcional, dependiendo de la
distancia respecto del suelo); desenroscar la bombilla; enroscar la nueva;
encender la luz para comprobar que efectivamente funciona. Tiempo estimado:
cinco minutos aproximadamente; balance de daños: ninguno. La mayor complicación
que puede existir es que no tengan bombillas de repuesto. Pero en mi casa las
cosas no son tan fáciles. En mi casa, cualquier reparación, por pequeña que sea,
conlleva el riesgo de acabar gravemente herido e, incluso, morir.
Antes de continuar con los hechos, les tengo que contar cómo son los focos
del baño, y cómo están colocados. Son blancos, redondos, y tienen una base
cuadrada con dos pequeños agujeros – uno en cada lado – pensados para que se ajusten sendos tornillos, y de esta manera sujetarlos al techo. Hasta aquí todo normal;
unos focos como otros cualquiera. Pero en estas lámparas existe la
particularidad de que sólo hay un tornillo en cada una de ellas, con unas medidas
desproporcionadas al tamaño requerido, que las sostienen en el aire de manera bastante precaria. Llegados a
este punto les tengo que revelar una de las máximas de mi padre: “¿Para qué
hacer dos agujeros, si con uno vale?”. Poniendo atención, además, el visitante podrá
percibir que entre el techo y el flexo asoman un colorido trío de cables. Entramos
de lleno ante otra teoría: “Esforzarse no sirve para nada”, doctrina que hunde
sus raíces, como algunos de ustedes ya habrán adivinado, en la prestigiosa ética
de Homer Simpson. La segunda particularidad de las lámparas es que aunque
haya hablado en plural, sólo una alumbra. La otra está a modo
de adorno.
Así estaban las cosas, cuando la única luz existente nos abandonó para
siempre.
Como no podría ser de otra manera, no tenemos bombillas de repuesto: era
necesario ir a la ferretería, tarea que desempeñó mi madre, llevando la
antigua, a modo de muestra, para que le dieran una del mismo tamaño. Una vez en casa coloca la nueva bombilla y enciende la luz para comprobar que efectivamente funciona. Pero no es así. Nos han dado una demasiado grande y, lo más importante: la bombilla se ha
quedado encajada. Ahora, comienzan las complicaciones.
Fin de la parte I.



